martes, 24 de noviembre de 2015

Lluéveme, lluvia, lluéveme.

Las gotas de lluvia golpeaban el cristal desesperadas por refugiarse de sí mismas, mientras el viento las golpeaba, lanzándolas hacia una y otra dirección. Silencioso aunque efectivo.
Repiqueteaban con tal fuerza, que él, pensaba que iba a entrar, llevándose el cristal con ellas. Las sillas, las mesas, la barra, y todos los licores que le observaban desde arriba. Incluso la cerveza, anclada al barril.

No había nadie, y como en las películas, él se dedicaba a limpiar un vaso. El mismo, siempre. Una y otra vez. Porque para los demás, ya había lavavajillas.

La puerta se abrió con una brusquedad insolente. La tormenta lo había conseguido. Estaba dentro. Lo siguiente, era el Diluvio Universal. Mojado hasta los huesos. Desnudo, aquel hombre destartalado, estaría más seco. Sus pasos eran firmes, aunque parecían amoldarse al aire, prácticamente flotaba mientras recorría el pequeño pasillo anterior a la barra. Se limpió las gafas con los dos dedos índice de cada mano, a modo de parabrisas. Escondido en aquella capucha desvaída por su propio peso, en agua, su rostro, o lo que se alcanzaba a ver de él, esgrimía una sonrisa sarcástica, prácticamente ofensiva. Para nosotros, humildes seres de la existencia. Porque no parecía de este mundo.

- Uno doble de vida, y échale todo el riesgo que tengas - Su voz era afable, divertida. Segundos después, estalló en carcajadas.

Él, lo contemplaba extrañado, mientras en su memoria buscaba lo que aquel forastero había pedido. Estaba seguro de haber visto aquella marca, en alguna caja en la despensa. El riesgo, lo tenía siempre a mano.

- Hay cosas que se viven, no se beben - No tardó en responder, mientras caminaba hacia la salida, empapando el suelo de parqué.

Y reanudando la sinfónica danza de la tempestad.