lunes, 9 de febrero de 2015

¿Cuál es la siguiente canción?

Somos criaturas distintas. Cada uno, de su padre y de su madre, como dicen. Cada cual con su propia circunstancia. Esa que surge cuando se está con uno mismo. A veces, justo antes de caer en las manos de Morfeo. 

La música, sin embargo, es Universal. Un tambor mueve montañas, al igual que la voluntad, sólo que éste, las hace bailar. Hoy me he dado cuenta de que no sé disfrutar, o que me complico la existencia; no sé algo así, porque no le encontraba el gusto a levantarme a bailar, por más que me moviera. Tal vez porque después de un día estupendo, dejó de serlo. 

Sonreírle a todo. Lo bueno y lo malo. Porque al final sólo recordarás lo bueno. Y todo lo malo sólo habrá servido para darte una lección, por lo tanto, aún mejor. Es increíble, habrá dejado de ser malo para convertirse en algo mucho más profundo. Me fascina la mente humana, siempre me ha fascinado, y he intentado comprenderla, y sigo intentando comprenderla. Hasta los resquicios más oscuros, los pensamientos más ocultos, ese subconsciente latente. Aprendemos a ver todo de una buena perspectiva al fin y al cabo. 

El arrepentimiento es para los cobardes. Por mucho que cueste aceptarlo. Aunque todos lo sabemos. 

domingo, 8 de febrero de 2015

Carolina

Las risas se convirtieron en tormenta, que abrumó la atmósfera, instantáneamente. No dejó lugar a la reconciliación, no hubo pie a una disculpa, aunque no fuera debida, ni a un seguir el juego. Los cristales, forjados beso tras beso, se quebraron. 

En mil pedazos, o más.

De alguna manera, sabía que este momento llegaría, y sonrío, mientras lo escribo, porque es más, hoy he estado pensando en que quería hablar con ella, aclarar cosas. Definir, por indefinible que puedan ser, noches de besos esporádicas en Luna Llena, o demasiada cerveza. ¿O tal vez he sido yo quien no ha sabido ponerse en su lugar, llevándola a un límite? Tal vez. Sólo eran palabras, la intención estaba ahí. Debe ser por eso por lo que dicen que hay lenguas muy afiladas. Eran flechas de gomaespuma.

Una oscuridad vengativa, una sombra que se arrojó de pronto sobre todo, sobre nosotros. Todos ellos. Todo. 

Infantil. 

Las cosas se hablan. Sí, bueno, se puede refunfuñar, pero...come on!
El hecho es ese, que pensando en poner fin a las cosas, las cosas se ponen fin a sí mismas. Besos que se olvidarán con el paso del tiempo. Y sin embargo, lo más divertido va a ser desaparecer. Y reaparecer. Aunque jamás tuvimos nada excepto lo que quisimos tener. 

A todo esto, me parece bastante poético. Sí, los finales siempre me han gustado. Me gusta hacerlos épicos, porque significan un nuevo comienzo.


" Al llegar a la puerta de su apartamento, buscó las llaves en los bolsillos de la gabardina. El contacto aún más frío de las llaves, le hizo pensar. Giró levemente la mirada hacia atrás, como si pudiese ver cómo las cobraban sentido poco a poco, cómo ese velo parecía levantarse ante sus ojos, y su corazón latía con fuerza, inspirado por un sentimiento que jamás había tenido antes. 

Abrió la puerta, reflexivo, con media sonrisa en el rostro por haber llegado a su casa, aun sabiendo que mañana tendría que volver a madrugar. Y es que, qué rabia da madrugar, ¿no? 

Se desplomó sobre su cama, cerrando los ojos, y haciendo balance del día "















lunes, 2 de febrero de 2015

La noche del reflejo esfumado

A veces, la historia se repite. 

La vida, dura. 

Como el diamante, que te cueste. Que te lo haga pasar mal, que te haga valorarla, que te enseñe el significado de ser feliz, apreciar lo que te rodea, que nunca jamás, volverás a ver, o tocar. Jamás de la misma manera. 

Aunque para gustos, colores. 

La otra noche, porque todos son las noches. De día soy un poseso del trabajo, probablemente, intentando maravillarme de que pase una mariposa al lado o un gato se acerque maullando a la puerta. En busca de comida, sin duda alguna. 

Las noches, como en la que hace unos días porque mi búho no me dejaba dormir, acabé tomándome un té, un bocadillo de tortilla francesa con un poco de queso, aceite de oliva y tragándome una película sobre una invasión extraterrestre en la que - cómo no - los Americanos salvaban la Tierra, destruyendo la nave nodriza; todo esto en Zakour, ese antro que te sirve de todo, menos alcohol, y está abierto cuando sales a las tantas a por algo de comida. Su cocina es cinco veces más pequeña que el propio local, con una zona de no fumadores, y otra de fumadores. 

Terraza, pantalla de plasma y hasta barbacoa. Perturbantemente exótico. También sirve de café para los viajeros que llegan o parten a altas horas de la noche. O aquellos que aprovechan para echar un sueñecito con la excusa de un café. 

Mi límite eran los créditos de la película, hasta que aparecí yo mismo - Mehdi - con 34 años, pidiendo unos tragos de té, para pasar el cigarrillo, después de una pequeña juerga. Esto no lo supe hasta que hablamos un poquito. Agricultor. Lo que en cierto modo es mi deseo de vida. Una granja, un terreno, con tu verdura, fruta, cualquier cosa que pudieras necesitar, descartando televisiones y demás basura mediática, tus cabras, ovejas, vacas. Exactamente eso. El tipo había sido cadre en Francia, decía, y a los 30 lo había dejado todo para dedicarse a la tierra. Hablaba con propiedad, mucha, medía sus palabras, y era buen conversador. 

Uno de los temas que nos entretuvo más fue ese hecho, que ambos habíamos vivido de "volver a Marruecos". Estar viviendo fuera, o vivir durante mucho tiempo fuera, para de pronto, sepultarte (tal vez esto suene muy duro), adentrarte, nadar en esa sociedad, que hasta entonces, habías rozado más que palpado. Del hecho de que en esta ciudad, no tienes con quién hablar (y sí, claro que los hay) - pero no es tan espontáneo, o no está tan contagiado. El contraste, las preguntas, los temores que te surgen. 

En mi caso, hace 4 años ya, así que de alguna manera, se va asimilando... Hasta que tienes hambre. Un hambre que no se sacia con el gusto. Al menos no con el de masticar. Y puede que tengas que escupirlo escribiendo, yéndote de juerga, encerrándote o negando, hasta que vuelves a probarlo. 

De labios de unos cantantes a la entrada de un metro, de gestos de un mimo en mitad de la plaza. De los gritos de un actor, en plena Noche Blanca. 

Saciaba mis ganas de hablar de algo distinto. Y sin embargo, ahí va lo increíble : 

Normalmente, de aquel café a más o menos el cruce donde cada cual se iría a su casa, hay, como mucho 45 minutos, a paso lento diría. Las palabras no se acababan, ni los temas, ni el debate. Eso era lo interesante. El inconformismo. La disconformidad. Cuando miré el reloj, había pasado prácticamente 2 horas. Nos despedimos. Él con prisas, que se meaba

Al girarme, no vi a nadie. Y desde entonces me pregunto si la gente se esfuma.