martes, 24 de noviembre de 2015

Lluéveme, lluvia, lluéveme.

Las gotas de lluvia golpeaban el cristal desesperadas por refugiarse de sí mismas, mientras el viento las golpeaba, lanzándolas hacia una y otra dirección. Silencioso aunque efectivo.
Repiqueteaban con tal fuerza, que él, pensaba que iba a entrar, llevándose el cristal con ellas. Las sillas, las mesas, la barra, y todos los licores que le observaban desde arriba. Incluso la cerveza, anclada al barril.

No había nadie, y como en las películas, él se dedicaba a limpiar un vaso. El mismo, siempre. Una y otra vez. Porque para los demás, ya había lavavajillas.

La puerta se abrió con una brusquedad insolente. La tormenta lo había conseguido. Estaba dentro. Lo siguiente, era el Diluvio Universal. Mojado hasta los huesos. Desnudo, aquel hombre destartalado, estaría más seco. Sus pasos eran firmes, aunque parecían amoldarse al aire, prácticamente flotaba mientras recorría el pequeño pasillo anterior a la barra. Se limpió las gafas con los dos dedos índice de cada mano, a modo de parabrisas. Escondido en aquella capucha desvaída por su propio peso, en agua, su rostro, o lo que se alcanzaba a ver de él, esgrimía una sonrisa sarcástica, prácticamente ofensiva. Para nosotros, humildes seres de la existencia. Porque no parecía de este mundo.

- Uno doble de vida, y échale todo el riesgo que tengas - Su voz era afable, divertida. Segundos después, estalló en carcajadas.

Él, lo contemplaba extrañado, mientras en su memoria buscaba lo que aquel forastero había pedido. Estaba seguro de haber visto aquella marca, en alguna caja en la despensa. El riesgo, lo tenía siempre a mano.

- Hay cosas que se viven, no se beben - No tardó en responder, mientras caminaba hacia la salida, empapando el suelo de parqué.

Y reanudando la sinfónica danza de la tempestad.

jueves, 29 de octubre de 2015

Poesía absurda

Se esconden silenciosos, 
donde ni el ojo ni la conciencia pueden verlos, 

acechantes, a la espera de cualquier paso en falso. 



Un simple tropiezo, un titubeo, 
ahí están para abrumarte hasta la locura,

llevándote por senderos incansables de vaivén.



Cree andar hacia adelante cuando está yendo hacia atrás. 

Y viceversa.

Viajero estático.



Te someten.
O eso, depende de ti.

Susurran a tus oídos, en silencio,
como la gota que cae durante siglos sobre la piedra.
Hasta erosionarla.



Juegan al escondite, 
o a golpear más fuerte cuando menos te lo esperas.

Todas las cartas tienen su precio. 


Lo que olvidan es tu voluntad. 

Esa espada de templarios,
esa fe de creyentes,

ese motivo sin motivación. 



La madre de los sueños,

el padre del éxito,

desvanecerse.



Sólo es un parpadeo el que hace falta,
sin lágrimas ni sonrisas, 
hasta atraparte.
Y no dejarte ir.



Jamás.



En lo más absoluto de la existencia, la energía ni se destruye ni se crea, sólo se transforma.

Historia en bucle

Parece que explorar lo más profundo de mi psique, mi corazón, razón de ser, excesos, preguntas y respuestas sin sentido, es lo que me ayuda a realmente vencer esas batallas internas que son tan difíciles de ganar. Sin embargo, tu instinto te preserva. Continúas haciendo algo porque dentro de esa nada, existe una esperanza, una especie de luz que probablemente nazca de la sombra más absoluta, como mero yang, o ying. Sólo por llevar la contraria. Porque todo en esta existencia tiene su oposición, su antagonista, su amante inalcanzable, su Tristán, su Isolda. 
Que se me va.
Lejos.



Rebozándome en mi propio sufrimiento. A menudo lo visualizo como un descenso en una especie de pantano bastante cremoso, casi como un lago de barro por el que me deslizo suavemente, sin prisas, mientras todo me envuelve y aprieta, fuerte. Mi silueta, se ve a ratos, hasta que el marrón del barro pasa a ser negro, y entonces es como bajo el mar. Floto, aunque la resistencia del agua es tan fuerte que me muevo mucho más lento. La arena es verde. O más que arena, son como un montón de piedrecitas cortadas al más mínimo tamaño Hay burbujas que jamás pasan de la crema de chocolate.

Y ahí estoy y ahí me quedo, revolviéndome en algo que parece una tela negra que enrolla mi cuerpo, mientras lucho por desenrollarlo, sin llegar a taparme del todo en ningún momento. Hay momentos en que me quedo a la deriva, para retomar con más fuerza la acción de deshacerme de la sombra de seda.

En ocasiones, el fondo desaparece. Aún puedes descender un poco más, aunque tarde o temprano tocas nada. Se hace sólida. 

Ya no puedes seguir descendiendo, sólo te queda impulsarte hacia arriba.



Una sola vez me he visto salir de eso, quiero decir, visualizado. Salir se sale siempre. Por cojones. No te puedes quedar ahí, a la deriva. La vida pierde todo su gusto. Y qué deliciosa está a veces, cuando lo ha perdido. Uno de esos platos como el steak tartare, que no puedes probar todos los días. Aunque los hay que les gustan los excesos. Para ellos. 
Pues que al salir, era como haber estado en el mar. 
Mojado, con olas golpeándote. 
Nada grande, bastante tranquilo. 
Por lo que seguramente sería el Mediterráneo. 

Después, básicamente, y durante, has estado siempre sentado donde fuera que estuvieras, o tumbado en la cama, pensando, o todo lo contrario, dejando la mente en blanco. La mente en blanco, dejando las cosas ser, no reteniéndolas, atándose a ellas, o cualquier otro signo de debilidad ante la vida. Porque ella, arriesga… Otorgándonos todo este jardín, para hacer de él, nuestro parque de atracciones. 

Si cuando pienso que debería ser actor, escritor, poeta, hippie, vendedor de rghifats, director de recursos humanos… Me da a mí, que no me equivoco.

Se me olvidaba la última : O en un psiquiátrico (ahora, si de paciente o equipo médico, el tiempo lo tendría que acabar diciendo). 


lunes, 7 de septiembre de 2015

Conclusiones de hace ocho meses


Así, de pronto, tras meses y meses de inspiración muerta; esta noche, tras un intento fallido de conectarme a internet (probablemente no para escribir en ese blog que nació de una promesa - que por cierto no estoy cumpliendo - ), han surgido las Mil y una Voces, cada una revelando un pensamiento distinto, una historia diferente, una poema, un haiku o un guión, empujándome una y otra vez, con una vibración indefinible (básicamente porque sólo está sucediendo en mi cabeza) a abrir este programa y ponerme, primero a escoger fuente, y luego dejarme llevar. Para cambiarla en este preciso momento a una que tenga menos filigranas. Me parecía que el significado perdía su sentido entre tantos giros y bailes de consonantes. 

He llegado a ese punto, al menos hoy, en que, aunque no me gusta decirlo - porque me niego a entrar en esos estados - quería que mi cabeza explotara, o iba a explotar, que en términos cognitivos y de conclusión, es lo mismo. 
Una presión externa que puedes atribuir en las primeras horas al calor, o la falta de sueño, porque bueno, 43º es una buena excusa. Que estás cansado porque ya llevas un tiempo en el proyecto, y quieras que no, te quieres ir a la playa con tus colegas. Más preguntas, respuestas, que no llevan a ningún lado porque son como un pez que se muerde la cola. Con cada persona que se te acerca, te entran ganas de morderla, no muestras ningún interés, ni por tu propia existencia, de lo profundamente abstraído que te encuentras. Sumido en las preguntas inefables, aquellas que los ancestros de nuestros ancestros se preguntaban y preguntaron sin jamás encontrar el secreto. 

Porque no lo hay. O ese debe ser el secreto (que de hecho me recuerda a Kung-Fu Panda; sí, acabo de violar la película). Total, que sigues, dale que te pego. Te preguntan, te dicen que te pasa algo, mientras el estoicismo se convierte en una espada que te clavas a ti mismo. Porque tal vez te mueres por estallar en lágrimas o largarte haciendo un corte de manga. Y sales a fumarte un cigarrillo, mientras intentas pensar. Como si la encerrona en la que tú mismo te has puesto, fuese a solucionarse por su propio modo de creación. Más paja al fuego. O más cogitare a la maraña. Dibujas tus problemas, responsabilidades, futuro, pasado y presente, delante de tus ojos, creyendo que por darle al coco, van a desaparecer. Sabes que para solucionarlos, hay que actuar, y así sigues, estudiando el mejor método de abordarlos. Solucionar se convierte en una obra épica, incapaz de relativizar, y decirte que hay quien no tiene ni agua. Eso te recuerda quién eres, si aún queda algo de ti. Las cosas, de pronto, tienen más claridad, todo es más diáfano en lo absoluto de la eternidad. 

Casualmente, ahí empiezas a entender un poco, una milésima parte más de ti mismo. Que no hay problema que no te crees tú, que eres totalmente capaz de solucionarlo. Que hay que seguir adelante, sin titubeos. Como sea que haya que hacerlo. Y quién sabe si el siguiente paso te tira a un precipicio, pero tampoco sabes si hay una altura muy grande, o aún mejor, un río que te espera, y que además de refrescarte, te amortiguará la caída. O el fin mismo. Hasta que tu corazón no deja de latir (para algunos), todo es un comienzo. Una y otra vez, la rueda gira, gira, y vuelve a girar. 

Jamás se detiene, y si lo hace nunca lo sabremos.

La cuestión, es que hay que ser constante, hay que no olvidarlo. Sin embargo, es tan fácil que cosas tan básicas escapen de ti, mientras las banalidades se apoderan de cada instante que les brindas. Debe ser por eso que ese gran amigo, necesita estar ocupado todo el rato - claro que las excepciones existen - . Cada vez tienen más sentido. Personalmente lo de echarme en el sofá a ver algún capítulo, charlar y ver pasar el tiempo, siempre ha sido una de mis actividades favoritas. 

Aún sigue siéndolo, no nos vamos a mentir. 

Eso mismo, que de vuelta a casa, mientras me fumaba un cigarrillo, a modo de recompensa
por un día, en el que a decir verdad, apenas había sentido pasar el tiempo, ni hecho a corazón el trabajo, ni prestado atención… Ningún resto de profesionalismo. Me he dado cuenta de que es una gran gilipollez. También hay que decir que uno no puede estar todos los días de buen rollo, o sí, pero que algún día cae. Aunque sé que eso es una excusa muy buena para mí, que seré capaz de mentirme a mí mismo. 

Al final del día,  te das cuenta de que puede que cierres los ojos y no los vuelvas a abrir nunca más. ¿Por qué despedirte con una lágrima, si no es de alegría?

lunes, 9 de febrero de 2015

¿Cuál es la siguiente canción?

Somos criaturas distintas. Cada uno, de su padre y de su madre, como dicen. Cada cual con su propia circunstancia. Esa que surge cuando se está con uno mismo. A veces, justo antes de caer en las manos de Morfeo. 

La música, sin embargo, es Universal. Un tambor mueve montañas, al igual que la voluntad, sólo que éste, las hace bailar. Hoy me he dado cuenta de que no sé disfrutar, o que me complico la existencia; no sé algo así, porque no le encontraba el gusto a levantarme a bailar, por más que me moviera. Tal vez porque después de un día estupendo, dejó de serlo. 

Sonreírle a todo. Lo bueno y lo malo. Porque al final sólo recordarás lo bueno. Y todo lo malo sólo habrá servido para darte una lección, por lo tanto, aún mejor. Es increíble, habrá dejado de ser malo para convertirse en algo mucho más profundo. Me fascina la mente humana, siempre me ha fascinado, y he intentado comprenderla, y sigo intentando comprenderla. Hasta los resquicios más oscuros, los pensamientos más ocultos, ese subconsciente latente. Aprendemos a ver todo de una buena perspectiva al fin y al cabo. 

El arrepentimiento es para los cobardes. Por mucho que cueste aceptarlo. Aunque todos lo sabemos. 

domingo, 8 de febrero de 2015

Carolina

Las risas se convirtieron en tormenta, que abrumó la atmósfera, instantáneamente. No dejó lugar a la reconciliación, no hubo pie a una disculpa, aunque no fuera debida, ni a un seguir el juego. Los cristales, forjados beso tras beso, se quebraron. 

En mil pedazos, o más.

De alguna manera, sabía que este momento llegaría, y sonrío, mientras lo escribo, porque es más, hoy he estado pensando en que quería hablar con ella, aclarar cosas. Definir, por indefinible que puedan ser, noches de besos esporádicas en Luna Llena, o demasiada cerveza. ¿O tal vez he sido yo quien no ha sabido ponerse en su lugar, llevándola a un límite? Tal vez. Sólo eran palabras, la intención estaba ahí. Debe ser por eso por lo que dicen que hay lenguas muy afiladas. Eran flechas de gomaespuma.

Una oscuridad vengativa, una sombra que se arrojó de pronto sobre todo, sobre nosotros. Todos ellos. Todo. 

Infantil. 

Las cosas se hablan. Sí, bueno, se puede refunfuñar, pero...come on!
El hecho es ese, que pensando en poner fin a las cosas, las cosas se ponen fin a sí mismas. Besos que se olvidarán con el paso del tiempo. Y sin embargo, lo más divertido va a ser desaparecer. Y reaparecer. Aunque jamás tuvimos nada excepto lo que quisimos tener. 

A todo esto, me parece bastante poético. Sí, los finales siempre me han gustado. Me gusta hacerlos épicos, porque significan un nuevo comienzo.


" Al llegar a la puerta de su apartamento, buscó las llaves en los bolsillos de la gabardina. El contacto aún más frío de las llaves, le hizo pensar. Giró levemente la mirada hacia atrás, como si pudiese ver cómo las cobraban sentido poco a poco, cómo ese velo parecía levantarse ante sus ojos, y su corazón latía con fuerza, inspirado por un sentimiento que jamás había tenido antes. 

Abrió la puerta, reflexivo, con media sonrisa en el rostro por haber llegado a su casa, aun sabiendo que mañana tendría que volver a madrugar. Y es que, qué rabia da madrugar, ¿no? 

Se desplomó sobre su cama, cerrando los ojos, y haciendo balance del día "















lunes, 2 de febrero de 2015

La noche del reflejo esfumado

A veces, la historia se repite. 

La vida, dura. 

Como el diamante, que te cueste. Que te lo haga pasar mal, que te haga valorarla, que te enseñe el significado de ser feliz, apreciar lo que te rodea, que nunca jamás, volverás a ver, o tocar. Jamás de la misma manera. 

Aunque para gustos, colores. 

La otra noche, porque todos son las noches. De día soy un poseso del trabajo, probablemente, intentando maravillarme de que pase una mariposa al lado o un gato se acerque maullando a la puerta. En busca de comida, sin duda alguna. 

Las noches, como en la que hace unos días porque mi búho no me dejaba dormir, acabé tomándome un té, un bocadillo de tortilla francesa con un poco de queso, aceite de oliva y tragándome una película sobre una invasión extraterrestre en la que - cómo no - los Americanos salvaban la Tierra, destruyendo la nave nodriza; todo esto en Zakour, ese antro que te sirve de todo, menos alcohol, y está abierto cuando sales a las tantas a por algo de comida. Su cocina es cinco veces más pequeña que el propio local, con una zona de no fumadores, y otra de fumadores. 

Terraza, pantalla de plasma y hasta barbacoa. Perturbantemente exótico. También sirve de café para los viajeros que llegan o parten a altas horas de la noche. O aquellos que aprovechan para echar un sueñecito con la excusa de un café. 

Mi límite eran los créditos de la película, hasta que aparecí yo mismo - Mehdi - con 34 años, pidiendo unos tragos de té, para pasar el cigarrillo, después de una pequeña juerga. Esto no lo supe hasta que hablamos un poquito. Agricultor. Lo que en cierto modo es mi deseo de vida. Una granja, un terreno, con tu verdura, fruta, cualquier cosa que pudieras necesitar, descartando televisiones y demás basura mediática, tus cabras, ovejas, vacas. Exactamente eso. El tipo había sido cadre en Francia, decía, y a los 30 lo había dejado todo para dedicarse a la tierra. Hablaba con propiedad, mucha, medía sus palabras, y era buen conversador. 

Uno de los temas que nos entretuvo más fue ese hecho, que ambos habíamos vivido de "volver a Marruecos". Estar viviendo fuera, o vivir durante mucho tiempo fuera, para de pronto, sepultarte (tal vez esto suene muy duro), adentrarte, nadar en esa sociedad, que hasta entonces, habías rozado más que palpado. Del hecho de que en esta ciudad, no tienes con quién hablar (y sí, claro que los hay) - pero no es tan espontáneo, o no está tan contagiado. El contraste, las preguntas, los temores que te surgen. 

En mi caso, hace 4 años ya, así que de alguna manera, se va asimilando... Hasta que tienes hambre. Un hambre que no se sacia con el gusto. Al menos no con el de masticar. Y puede que tengas que escupirlo escribiendo, yéndote de juerga, encerrándote o negando, hasta que vuelves a probarlo. 

De labios de unos cantantes a la entrada de un metro, de gestos de un mimo en mitad de la plaza. De los gritos de un actor, en plena Noche Blanca. 

Saciaba mis ganas de hablar de algo distinto. Y sin embargo, ahí va lo increíble : 

Normalmente, de aquel café a más o menos el cruce donde cada cual se iría a su casa, hay, como mucho 45 minutos, a paso lento diría. Las palabras no se acababan, ni los temas, ni el debate. Eso era lo interesante. El inconformismo. La disconformidad. Cuando miré el reloj, había pasado prácticamente 2 horas. Nos despedimos. Él con prisas, que se meaba

Al girarme, no vi a nadie. Y desde entonces me pregunto si la gente se esfuma.