jueves, 29 de octubre de 2015

Historia en bucle

Parece que explorar lo más profundo de mi psique, mi corazón, razón de ser, excesos, preguntas y respuestas sin sentido, es lo que me ayuda a realmente vencer esas batallas internas que son tan difíciles de ganar. Sin embargo, tu instinto te preserva. Continúas haciendo algo porque dentro de esa nada, existe una esperanza, una especie de luz que probablemente nazca de la sombra más absoluta, como mero yang, o ying. Sólo por llevar la contraria. Porque todo en esta existencia tiene su oposición, su antagonista, su amante inalcanzable, su Tristán, su Isolda. 
Que se me va.
Lejos.



Rebozándome en mi propio sufrimiento. A menudo lo visualizo como un descenso en una especie de pantano bastante cremoso, casi como un lago de barro por el que me deslizo suavemente, sin prisas, mientras todo me envuelve y aprieta, fuerte. Mi silueta, se ve a ratos, hasta que el marrón del barro pasa a ser negro, y entonces es como bajo el mar. Floto, aunque la resistencia del agua es tan fuerte que me muevo mucho más lento. La arena es verde. O más que arena, son como un montón de piedrecitas cortadas al más mínimo tamaño Hay burbujas que jamás pasan de la crema de chocolate.

Y ahí estoy y ahí me quedo, revolviéndome en algo que parece una tela negra que enrolla mi cuerpo, mientras lucho por desenrollarlo, sin llegar a taparme del todo en ningún momento. Hay momentos en que me quedo a la deriva, para retomar con más fuerza la acción de deshacerme de la sombra de seda.

En ocasiones, el fondo desaparece. Aún puedes descender un poco más, aunque tarde o temprano tocas nada. Se hace sólida. 

Ya no puedes seguir descendiendo, sólo te queda impulsarte hacia arriba.



Una sola vez me he visto salir de eso, quiero decir, visualizado. Salir se sale siempre. Por cojones. No te puedes quedar ahí, a la deriva. La vida pierde todo su gusto. Y qué deliciosa está a veces, cuando lo ha perdido. Uno de esos platos como el steak tartare, que no puedes probar todos los días. Aunque los hay que les gustan los excesos. Para ellos. 
Pues que al salir, era como haber estado en el mar. 
Mojado, con olas golpeándote. 
Nada grande, bastante tranquilo. 
Por lo que seguramente sería el Mediterráneo. 

Después, básicamente, y durante, has estado siempre sentado donde fuera que estuvieras, o tumbado en la cama, pensando, o todo lo contrario, dejando la mente en blanco. La mente en blanco, dejando las cosas ser, no reteniéndolas, atándose a ellas, o cualquier otro signo de debilidad ante la vida. Porque ella, arriesga… Otorgándonos todo este jardín, para hacer de él, nuestro parque de atracciones. 

Si cuando pienso que debería ser actor, escritor, poeta, hippie, vendedor de rghifats, director de recursos humanos… Me da a mí, que no me equivoco.

Se me olvidaba la última : O en un psiquiátrico (ahora, si de paciente o equipo médico, el tiempo lo tendría que acabar diciendo). 


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