lunes, 7 de septiembre de 2015

Conclusiones de hace ocho meses


Así, de pronto, tras meses y meses de inspiración muerta; esta noche, tras un intento fallido de conectarme a internet (probablemente no para escribir en ese blog que nació de una promesa - que por cierto no estoy cumpliendo - ), han surgido las Mil y una Voces, cada una revelando un pensamiento distinto, una historia diferente, una poema, un haiku o un guión, empujándome una y otra vez, con una vibración indefinible (básicamente porque sólo está sucediendo en mi cabeza) a abrir este programa y ponerme, primero a escoger fuente, y luego dejarme llevar. Para cambiarla en este preciso momento a una que tenga menos filigranas. Me parecía que el significado perdía su sentido entre tantos giros y bailes de consonantes. 

He llegado a ese punto, al menos hoy, en que, aunque no me gusta decirlo - porque me niego a entrar en esos estados - quería que mi cabeza explotara, o iba a explotar, que en términos cognitivos y de conclusión, es lo mismo. 
Una presión externa que puedes atribuir en las primeras horas al calor, o la falta de sueño, porque bueno, 43º es una buena excusa. Que estás cansado porque ya llevas un tiempo en el proyecto, y quieras que no, te quieres ir a la playa con tus colegas. Más preguntas, respuestas, que no llevan a ningún lado porque son como un pez que se muerde la cola. Con cada persona que se te acerca, te entran ganas de morderla, no muestras ningún interés, ni por tu propia existencia, de lo profundamente abstraído que te encuentras. Sumido en las preguntas inefables, aquellas que los ancestros de nuestros ancestros se preguntaban y preguntaron sin jamás encontrar el secreto. 

Porque no lo hay. O ese debe ser el secreto (que de hecho me recuerda a Kung-Fu Panda; sí, acabo de violar la película). Total, que sigues, dale que te pego. Te preguntan, te dicen que te pasa algo, mientras el estoicismo se convierte en una espada que te clavas a ti mismo. Porque tal vez te mueres por estallar en lágrimas o largarte haciendo un corte de manga. Y sales a fumarte un cigarrillo, mientras intentas pensar. Como si la encerrona en la que tú mismo te has puesto, fuese a solucionarse por su propio modo de creación. Más paja al fuego. O más cogitare a la maraña. Dibujas tus problemas, responsabilidades, futuro, pasado y presente, delante de tus ojos, creyendo que por darle al coco, van a desaparecer. Sabes que para solucionarlos, hay que actuar, y así sigues, estudiando el mejor método de abordarlos. Solucionar se convierte en una obra épica, incapaz de relativizar, y decirte que hay quien no tiene ni agua. Eso te recuerda quién eres, si aún queda algo de ti. Las cosas, de pronto, tienen más claridad, todo es más diáfano en lo absoluto de la eternidad. 

Casualmente, ahí empiezas a entender un poco, una milésima parte más de ti mismo. Que no hay problema que no te crees tú, que eres totalmente capaz de solucionarlo. Que hay que seguir adelante, sin titubeos. Como sea que haya que hacerlo. Y quién sabe si el siguiente paso te tira a un precipicio, pero tampoco sabes si hay una altura muy grande, o aún mejor, un río que te espera, y que además de refrescarte, te amortiguará la caída. O el fin mismo. Hasta que tu corazón no deja de latir (para algunos), todo es un comienzo. Una y otra vez, la rueda gira, gira, y vuelve a girar. 

Jamás se detiene, y si lo hace nunca lo sabremos.

La cuestión, es que hay que ser constante, hay que no olvidarlo. Sin embargo, es tan fácil que cosas tan básicas escapen de ti, mientras las banalidades se apoderan de cada instante que les brindas. Debe ser por eso que ese gran amigo, necesita estar ocupado todo el rato - claro que las excepciones existen - . Cada vez tienen más sentido. Personalmente lo de echarme en el sofá a ver algún capítulo, charlar y ver pasar el tiempo, siempre ha sido una de mis actividades favoritas. 

Aún sigue siéndolo, no nos vamos a mentir. 

Eso mismo, que de vuelta a casa, mientras me fumaba un cigarrillo, a modo de recompensa
por un día, en el que a decir verdad, apenas había sentido pasar el tiempo, ni hecho a corazón el trabajo, ni prestado atención… Ningún resto de profesionalismo. Me he dado cuenta de que es una gran gilipollez. También hay que decir que uno no puede estar todos los días de buen rollo, o sí, pero que algún día cae. Aunque sé que eso es una excusa muy buena para mí, que seré capaz de mentirme a mí mismo. 

Al final del día,  te das cuenta de que puede que cierres los ojos y no los vuelvas a abrir nunca más. ¿Por qué despedirte con una lágrima, si no es de alegría?

1 comentario: